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Maduro está más solo que nunca. En Notnews hacemos un repaso a todo lo que está ocurriendo en Venezuela. Échale ya un vistazo en www.notnews.com
Han pasado varias semanas desde que los venezolanos fueron a las urnas. El Consejo Nacional Electoral dio a Nicolás Maduro como vencedor sin ofrecer ningún tipo de detalle sobre los resultados, mientras que la oposición recopiló y publicó el 81,7% de las actas electorales para ponerlas a disposición de la ciudadanía y el mundo entero. Estas señalaban como vencedor al opositor Edmundo González Urrutia.
En cualquier parte del mundo, esto hubiese abierto una investigación con garantías, con el objetivo de esclarecer las discrepancias. En cualquier parte del mundo la oposición tendría forma de hacer valer su resultado. Y aunque esta cuenta con el respaldo de la mayoría de la comunidad internacional, incluso de importantes países gobernados por la izquierda, estamos hablando de Venezuela.
Puede que esta situación os resulte familiar. Y lo es. Sin embargo, algunas cosas sí han cambiado en los últimos años. Que esos cambios consigan terminar con el régimen de Maduro es aventurarse demasiado.
Pero antes de pasar a ver todos estos temas os dejamos por aquí una selección de los vídeos que hemos publicado recientemente en VisualPolitik sobre Venezuela, incluida una conversación con el expresidente Ivan Duque:
Hay dos acontecimientos que han ocurrido en la última década en Venezuela y que han sido fundamentales para que la opinión pública internacional se hiciera eco de la situación política en Venezuela: de un lado, las movilizaciones estudiantiles de 2014 y la victoria opositora en 2015, y del otro, la proclamación de Juan Guaidó como presidente encargado tras el fraude electoral de 2018.
Casi un año después de la muerte de Hugo Chávez, la situación en Venezuela había empeorado todavía más: la inflación no dejaba de escalar y la escasez de productos básicos era más que evidente. También lo era la inseguridad, con una tasa de criminalidad de las más altas de la región: 79 por cada 100.000, según el Observatorio Venezolano de Violencia. En febrero de 2014, miles de venezolanos, principalmente estudiantes universitarios, salieron a las calles para denunciar la situación en la que se encontraba el país.
La brutal represión gubernamental de estas movilizaciones hizo ganar notoriedad a líderes opositores como Henrique Capriles, María Corina Machado y, especialmente, Leopoldo López, que sería encarcelado y, como consecuencia, convertido en símbolo internacional de la represión gubernamental.
2014 registró la cifra más alta de protestas hasta el momento (9.286, una media de 26 al día, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social). La oposición salió muy reforzada y alcanzó un resultado inédito en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, obteniendo 112 de los 167 escaños, más de dos tercios de los representantes de la Cámara.
Resultados de las elecciones legislativas venezolanas de 2015
Desde entonces, los ataques gubernamentales a la independencia de poderes se intensificaron. El régimen de Maduro y la Asamblea saliente dominada por el oficialismo se apresuraron a nombrar nuevos magistrados para el TSJ que tomó varias acciones para limitar la capacidad de la cámara legislativa de legislar en contra del criterio del gobierno (les declaró en desacato, les despojó de la inmunidad parlamentaria y concedió atribuciones especiales a Maduro). Además, el gobierno tomó medidas para limitar el acceso a fondos por parte del legislativo y así limitar su capacidad operativa, y convocó elecciones para escoger a una Asamblea Nacional Constituyente, con el pretexto de redactar una nueva Constitución, pero que en realidad acabó usurpando las facultades de la Cámara legislativa.
El 20 de mayo de 2018, Nicolás Maduro fue reelegido en unas elecciones presidenciales que fueron ampliamente denunciadas como fraudulentas. No era la primera vez que se denunciaba el fraude en unas elecciones pero sí fue la primera vez que la Asamblea Nacional, con mayoría opositora, decidió tomar cartas en el asunto.
Dos días después de los comicios, el órgano legislativo declaró las elecciones como inexistentes y acordó no reconocer su resultado. En noviembre declaró inconstitucional la reelección de Maduro, señaló que su mandato se extinguiría el 10 de enero del año siguiente y que, cualquier intento de mantenerse en el poder pasada esa fecha, se consideraría una usurpación. Ante el intento de Maduro de jurar el cargo ante el Tribunal Supremo de Justicia, la Asamblea Nacional declaró la usurpación de la Presidencia. El 23 de enero de 2019, Juan Guaidó, un opositor poco conocido fuera del país que asumió la presidencia de la Asamblea Nacional semanas antes, fue proclamado y juró como presidente encargado de Venezuela.
Con este movimiento, la oposición venezolana pretendía deslegitimar al gobierno surgido de unas elecciones fraudulentas y ganar el respaldo internacional suficiente como para poder convocar en el país unas elecciones libres y competitivas en las que poder escoger al nuevo presidente. Sin embargo, esta estrategia no funcionó. A pesar de obtener un amplio reconocimiento internacional, de 54 países y organizaciones como la Organización de Estados Americanos o el Parlamento Europeo, no consiguió dos de las piezas clave: el insuficiente respaldo de los militares y la incapacidad para mantener una movilización social activa en las calles. Además, otros líderes que favorecían una estrategia más radical, como es el caso de María Corina Machado, empezaron a aumentar su notoriedad, especialmente entre aquellos frustrados por la falta de avances. Ante esta situación, Maduro consiguió retener el poder.
Tanto las protestas de 2014 y la victoria opositora en 2015 como el fraude electoral de 2018 y el nombramiento de Guaidó como presidente encargado fueron claves para internacionalizar la situación política de Venezuela por 2 motivos:
(1) El primero es el gran éxodo venezolano que ha provocado. La salida de venezolanos del país aumentó exponencialmente con la llegada de Nicolás Maduro al poder y no ha dejado de crecer en los últimos años. En la actualidad se calcula que 7,7 millones de venezolanos viven fuera del país. En la misma línea, el número de venezolanos con estatuto de refugiado se ha multiplicado por 38,7 entre 2017 y 2024. Esta situación ha aumentado la preocupación de los países vecinos de Venezuela (especialmente Colombia, Perú, Brasil y Chile), que son a los que acuden los venezolanos que huyen. Esta situación también afecta a Estados Unidos y España.
(2) El segundo es la visibilidad que casos como el del encarcelamiento de líderes opositores como Leopoldo López, Daniel Ceballos o Antonio Ledezma y la inhabilitación de otros como Henrique Capriles o María Corina Machado han dado a la represión que vive quien se opone a Maduro dentro del país. Esto se ve claramente en el caso europeo. Mientras que en la legislatura de 2009 a 2014 apenas hubo tres resoluciones adoptadas por el Parlamento Europeo al respecto de la situación política y la persecución de la oposición en Venezuela, entre 2014 y 2019 se produjeron un total de 10, y 7 en los últimos 5 años.
¿En realidad, en qué se diferencia la situación actual con la de 2014? ¿Existe algún rayo de esperanza?
Primera diferencia: la estrategia de la oposición
Tras la muerte de Chávez, la oposición estuvo muy fragmentada, no tanto por diferencias ideológicas, sino sobre todo por discrepancias acerca de la estrategia a seguir.
Sectores liderados por Leopoldo López de Voluntad Popular y María Corina Machado de Vente Venezuela habían favorecido la movilización callejera y la confrontación directa, rechazando participar en elecciones fraudulentas. Otros como el liderado por Henrique Capriles de Primero Justicia habían promovido la participación electoral como la mejor vía para derrocar a Maduro.
Así, la oposición no concurrió a las elecciones legislativas del año 2005 y 2020, tampoco lo hizo a las de la Asamblea Nacional Constituyente y a las presidenciales de 2018.
Aunque se debe tener en cuenta que la estrategia del boicot ha estado condicionada por la ausencia de liderazgos producto de los encarcelamientos e inhabilitaciones que sus principales líderes han sufrido a lo largo de los años, en esta ocasión esto no ha sido un impedimento para que la oposición optase por la vida electoral.
La oposición no solo decidió apostar por esa vía, sino que también asumió por completo todas y cada una de las reglas del juego establecidas por el régimen de Maduro. Así elevaban el precio a pagar por Maduro para mantenerse en el poder. Primero fue la ratificación de la inhabilitación de María Corina Machado, luego la imposibilidad de registrar a Corina Yoris. Finalmente, tuvieron que cerrar filas alrededor del único candidato que pudieron registrar, Edmundo González. Pese a no provenir de sus filas y a no ser extremadamente beligerante con el régimen, Machado se volcó con el candidato opositor durante toda la campaña. Al final y al cabo, la popularidad de esta era el mayor valor que tenía la oposición a su favor. Tanta ha sido la determinación de la oposición que han sido capaces de hacer frente hasta a los cambios introducidos por el CNE en la normativa sobre los testigos de mesa, que pasó a exigir que los testigos estuvieran inscritos en el centro de votación en el que se localizaría la mesa electoral que iban a monitorear.
Segunda diferencia: internamente el chavismo ha perdido aliados históricos
El PCV, el partido de izquierdas más antiguo del país, era un aliado histórico del chavismo. Formó parte de la coalición de izquierdas que apoyó a Hugo Chávez tras su primera victoria y que luego se estableció formalmente como Gran Polo Patriótico Simón Bolívar para acudir conjuntamente a las elecciones de 2012.
A pesar de que el PCV apoyó a Maduro en su hostigamiento a la Asamblea Nacional controlada por la oposición, e incluso llegó a un acuerdo programático con su partido (el PSUV) para 2018. Sin embargo, su apoyo empezó a hacer aguas.
Dos son las cuestiones que habrían motivado ese distanciamiento. La primera de ellas, el creciente deterioro de la economía bajo el primer mandato de Maduro y la aplicación de políticas que a juicio del PCV eran “neoliberales” y que no responden a los principios de la Revolución Bolivariana guiada por Chávez. Esto les llevó a impulsar la formación de la Alternativa Popular Revolucionaria (APR) en 2020 como una coalición de partidos de izquierdas que reivindicaba la necesidad de volver a esos orígenes y reivindicaba la figura de Hugo Chávez.
El segundo aspecto clave ha sido el de vivir la represión del régimen de Maduro en sus propias carnes. El año pasado sufrieron el mismo destino que anteriormente sufrieron los líderes y formaciones opositoras: la inhabilitación de candidatos y la intervención y sustitución de su dirección por personas menos incómodas o directamente afines al régimen. Un destino que también han sufrido en los últimos años formaciones que habían ido históricamente de la mano del chavismo, como Patria para Todos o Tupamaro.
Gracias a la intervención de la junta directiva de estos partidos, Maduro pudo aparecer como su candidato en el tarjetón electoral para los comicios del pasado domingo 28 de julio:
Aunque el caso del PCV y del resto de formaciones que se unieron a la APR es pequeño, la importancia de su distanciamiento es más bien simbólica: tanto Chávez como Maduro han querido presentarse como la única fuerza de izquierdas revolucionaria del país, además, los ataques a este partido le han granjeado el señalamiento de hasta 41 formaciones comunistas de distintos países:
Tercera diferencia: una izquierda dividida en América Latina
No hay nada peor para un régimen tan marcado ideológicamente, que reivindica el llamado socialismo del siglo XXI, la “revolución bolivariana”, etc., que las críticas procedentes de fuego amigo, de quienes son considerados ideológicamente afines y que, además, ahora a diferencia de la proclamación de Juan Guaidó, están al frente del Ejecutivo en importantes países latinoamericanos. Entonces, sólo Andrés Manuel López Obrador lo estaba.
Más allá de los sospechosos habituales (Bolivia, Cuba, Honduras y Nicaragua), el resto de líderes de la izquierda radical latinoamericana llevan muchas semanas exigiendo transparencia, verificación, e incluso algunos criticando abiertamente el fraude y la falta de democracia del régimen de Maduro.
Los críticos
Gabriel Boric encabeza el grupo de los abiertamente críticos. Ya en el pasado ha criticado el autoritarismo de Maduro en Venezuela. Poco antes de las elecciones se sumó a Lula en su crítica sobre las declaraciones de Maduro sugiriendo la posibilidad de que se produjese un baño de sangre si no ganaba las elecciones.
Lo más importante de todo es que fue de los primeros líderes de izquierdas en poner en duda los resultados comunicados por el CNE. E incluso después de que el TSJ haya avalado, como era de esperar, los resultados (a pesar de que no haya habido ninguna verificación independiente), Boric no se ha movido ni un ápice de su posición. Para el presidente chileno, Venezuela no es una democracia, Maduro cometió fraude en las elecciones del 28 de julio y, por ese motivo, Chile no reconoce su victoria. Sin duda es el primer gobernante de izquierda radical de América Latina en adoptar una postura tan contundente.
Esa es la misma postura que ha adoptado el presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, que ha dicho que su país no reconoce los resultados oficiales.
También el ex presidente de Argentina, Alberto Fernández, ha sido crítico. Este mostró su incomodidad ante la retirada de la invitación para asistir como observador electoral por parte del gobierno venezolano, al parecer en respuesta a declaraciones públicas realizadas por este que causaban molestias y generaban dudas sobre su imparcialidad (es decir, ante el temor de que no sería complaciente con este). Como la gran mayoría de la comunidad internacional, pidió a las autoridades venezolanas que hiciesen públicas las actas electorales para disipar cualquier duda existente sobre el resultado de las elecciones.
El “bloque” de los ambiguos
El quid de la cuestión está en el bloque de los ambiguos, al que pertenecen Gustavo Petro (Colombia), Lula da Silva (Brasil) y Andrés Manuel López Obrador (a punto de ser ex presidente de México).
Todos ellos (también Chile y Perú) sufren de primera mano la presión migratoria del éxodo venezolano, tienen buenos motivos para querer que la situación en Venezuela se calme. Además, en el caso de Colombia este país tiene otros problemas fronterizos con Venezuela, vinculados al narcotráfico y la delincuencia organizada. Por ello, la actitud ambigua que están manteniendo resulta bastante comprensible.
Petro se ha parapetado tras la Cancillería de su país para evitar, siempre que ha sido posible, realizar pronunciamientos propios. Ésta publicó un comunicado expresando su preocupación ante las dificultades que enfrentó la oposición, y especialmente la Plataforma Unitaria Democrática y Vente Venezuela, para su inscripción electoral. Una vez pasadas las elecciones y a pesar de solicitar al gobierno venezolano que permita un escrutinio transparente de los resultados, ha tratado de evitar confrontar directamente con Maduro.
Algo parecido ha ocurrido con Lula. Mientras que su formación política, el Partido de los Trabajadores de Brasil, reconoció la victoria de Maduro y lo felicitó, el silencio de Lula se hizo notar. Especialmente después de que antes de las elecciones reconociese de forma pública haberse asustado por las declaraciones de Maduro sobre lo que podría ocurrir en el país si no resultaba vencedor de las presidenciales (unas declaraciones en las que recibió el apoyo de Boric). Lula se ha pronunciado todavía en menos ocasiones que Petro. Cuando lo ha hecho ha sido para sugerir que la disputa electoral debía solucionarse con la verificación de las actas o con la organización de unas nuevas elecciones. Eso sí, accedió a proteger la embajada argentina en la que se encuentran algunos opositores próximos a Machado refugiados.
Ambos quieren reivindicar su liderazgo regional, apuntarse el tanto de ser quienes consigan solucionar la disputa entre oposición y gobierno, mediando entre ambos. Para esto les conviene mantener una aparente ambigüedad. Aunque no parece que sus sugerencias estén satisfaciendo a ninguna de las partes. A Maduro al que menos, pues no le gusta sentir que los referentes ideológicos de la izquierda latinoamericana no están cerrando filas con él.
Eso sí, todos ellos siguen comprando (por lo menos públicamente) el discurso oficialista sobre las sanciones. En esa misma línea, los dos primeros se abstuvieron de apoyar el Proyecto de Resolución sobre las elecciones de la OEA. Y México, tal y como había anunciado, ni siquiera estuvo presente. La OEA, organización de la que Venezuela salió en 2019, es percibida, especialmente por la izquierda regional más radical, como una organización sesgada hacia los intereses estadounidenses e injerencista en los asuntos nacionales, especialmente desde que Luis Almagro está al frente.
AMLO, haciendo gala de una actitud bastante predecible, es el que se ha mantenido más al margen, señalando en varias ocasiones que confiaría en que el TSJ venezolano resolviese la cuestión. Pues bien, el TSJ la resolvió este jueves 12. ¿Será eso suficiente para que Petro, Lula y AMLO se alineen definitivamente con Maduro?
Contar con el apoyo de alguien como Petro o Lula, los dos líderes que probablemente tengan más entidad moral dentro de la izquierda regional en estos momentos, sería clave para la oposición venezolana, que aumentaría todavía más la legitimidad de sus reivindicaciones.
Problemas: los militares
Parece que Nicolás Maduro cuenta con menos apoyo del que habría contado nunca tanto dentro como fuera del país. Incluso los líderes de la izquierda radical latinoamericana le han empezado a cuestionar cada vez con más fuerza. Edmundo González, a diferencia de Juan Guaidó, habría ganado las elecciones presidenciales, y cuenta con el respaldo de una figura arrolladora para la oposición: María Corina Machado. La oposición está decidida a hacer valer los resultados de las elecciones del 28J y cuenta con el respaldo mayoritario de la comunidad internacional.
Definitivamente, la presión de sus otrora socios ideológicos es uno de los elementos nuevos con los que cuenta la oposición en esta nueva afrenta. Sin embargo, por el momento Nicolás Maduro se aferra al poder. ¿Por qué los bolivianos pudieron frenar las ansias de mantenerse en el cargo a toda costa de Evo Morales y los venezolanos no consiguen hacer lo mismo con Maduro? Las Fuerzas Armadas son la respuesta.
No obstante, la cuestión sobre el papel que juega y debe jugar el ejército en estas situaciones abre muchísimas incógnitas que no podemos tratar aquí. A ello dedicaremos otro número próximamente.